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Santa María Rosa Molas

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Historia Santa María Rosa Molas y Vallvé

 

 

Nace en Reus (Tarragona), el 24 de marzo de 1815, noche del Jueves al Viernes Santo. Es la pequeña de cuatro hermanos. Sus padres, José y María, son artesanos acomodados muy cristianos. Hogar y escuela, rezos, juegos y trabajo, la infancia de Dolores. Es una niña inteligente y activa. Tiene dotes de gobierno y un gran corazón. También «Doloretes», como se la llamaba cariñosamente, «crecía en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres». (Lc 2,52).

 

A los 16 años Dolores siente la llamada de Dios: quiere «consagrarse completamente al Señor y al consuelo del necesitado». Pero tiene que esperar. Años de trabajo en casa y largos ratos de oración. Pasa los domingos con los enfermos del Hospital. Esta joven «era toda una señora». El 6 de enero de 1841 ingresa religiosa en el Hospital de Reus. Fue una madre para los enfermos. En la Casa de Caridad atiende a los pobres y dirige el Colegio de señoritas. Una frase lapidaria resume estos años: «Su caridad fue para con todos incondicional y sin límites».

 

El 18 de marzo de 1849 llega María Rosa Molas a Tortosa. En esta tierra arraiga y se encarna. Estará siempre abierta y disponible a las necesidades de sus gentes en trabajos y desvelos, en siembra de humanismo y de evangelio consola­dor. Tortosa le ofrece un campo apostólico. Aquí será madre de huérfanos y pobres en la Casa de Misericordia. Gran educadora cristiana en la escuela pública de Tortosa. Rayo de sol y esperanza, entre los enfermos del Hospital de la Santa Cruz.

 

En Tortosa funda María Rosa Molas la Congregación de «Hermanas de Nuestra Señora de la Consolación». Entre el 14 de marzo de 1857 y el 14 de noviembre de 1858, se dan los pasos fundacionales «conforme al espíritu de la Iglesia».

El carisma de la Hermanas de la Consolación tiene una finalidad muy concreta: llevar a los hombres la misericordia y consolación de Dios, con actitudes de bondad, amor, sencillez y servicio comprometi­do. Su campo apostólico se ha desarrollado en la educación cristiana integral, la asistencia hospitalaria y benéfica y la evangelización en zonas rurales y países de misión.

María Rosa Molas es un mensaje de consolación en el mundo del dolor. Se hace compañera de camino del hombre que sufre su soledad, abando­no, enfermedad o pobreza. Compañera con los sentimientos de Jesús. «En el pobre y el enfermo ve al mismo Jesucristo», por eso le sirve con amor, ternura y «hasta devoción». Ella «sólo desea que el pobre sea asistido y Dios loado». Los pobres, al hablar de ella, decían: «¡quien no la ha conocido no sabe lo que es la caridad!»

 

María Rosa Molas, gran educadora cristiana de la niñez y juventud, parte en su pedagogía de un principio: «hacer conocer y amar a Jesucristo». María Rosa fue «maestra de humanidad» y de evangelio, por atender en la formación a todas las dimensiones de la persona y poner el acento en los imperativos evangélicos.

El 11 de junio de 1876 muere en Tortosa María Rosa Molas. Quienes vivieron con ella dijeron entonces: «¡era una santa!». Lo dijo el prelado y el clero. Lo dijeron sus hermanas, sus asilados y enfermos, sus alumnas y el pueblo sencillo, que la intuyó mujer de Dios y santa.

El 11 de diciembre de 1988, Juan Pablo II la proclamó SANTA ante la Iglesia universal. Santa por haber vivido la fidelidad a Dios, a la Iglesia y a los hombres a lo largo de su existencia. Así la definió: «Elegida por Dios para anunciar al mundo la misericordia del Padre. Su vida, trascurrida como haciendo el bien, se traduce para el hombre de su tiempo y para el hombre de hoy en un mensaje de consolación y de esperanza».

 

 

María Esperanza Casaus

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